Cruzar una frontera siempre es algo especial, es como entrar en un nuevo mundo en el que tienes todo por descubrir, tal como me acercaba a la frontera Boliviana, pedaleando el norte de Argentina a través de la Quebrada de Humahuaca el paisaje y la gente cada vez era más boliviano.
La última etapa de Abra pampa a la Quiaca la pedalee con Esteban, un bonaerense afincado en Salta que como yo, estaba pedaleando la Quebrada. En la Quiaca comimos juntos y tras este breve encuentro nuestros caminos se separaron, el regresaba a Salta aunque en realidad estaba deseando continuar hacia Bolivia. Años más tarde me contó que tras verse inspirado en mi aventura, dando cauce a ese anhelo, también pedaleó Bolivia, el de Esteban fue un encuentro fugaz pero en un marcado momento de mi viaje, me despedía de Argentina dejando atrás mes y medio de imborrables aventuras, en este tipo de viajes, en ocasiones conoces gente con la que apenas compartes unas horas, pero que te dejan una marca de por vida, como en este caso.
Pegado a la Quiaca pero en suelo boliviano está Villazón, lo primero que hice es cambiar los Pesos argentinos por Bolivianos (la moneda de Bolivia), buscar un lugar dónde pasar la noche y comprar víveres en el gran mercado callejero.
Al día siguiente la que desde Salta era la Ruta 9 en Bolivia se convertía en la 14 y el asfalto dejaba paso a la tierra. Tenia por delante 90 kilómetros hasta llegar a Tupiza, atravesando pequeñas aldeas, riachuelos y ríos que discurrían por un paisaje de colinas de tierra y arena, sin apenas vegetación a una media de unos 3100 msnm.
Llegando a Tupiza la orografía era más montañosa, los paisajes de tierra eran muy similares a los de El Cafayate, en Argentina y el pueblo de Tupiza también era similar a los pueblos de la Quebrada. Me inundaba una extraña sensación tras haber pedaleado casi 100 kilómetros por caminos de tierra de estar en un lugar dónde el tiempo no pasaba, aislado del mundo exterior, era uno de esos lugares fuera de las rutas turísticas en los que llegas cuando viajas en bicicleta y eres el único «gringo», te sientes observado por miradas curiosas, pero cómodo por la placidez de la gente.
Esa tarde estuve indagando y preguntado por la ruta hasta mi siguiente etapa, un pueblo minero llamado Atocha. El mapa dibujaba 2 opciones, una carretera que rodeaba y marcaba 137 kilómetros (demasiados kilómetros en condiciones de altura) y otra que marcaba casi 100 kilómetros, más asequibles, estuve preguntando como era el camino, si era de tierra y si había muchas subidas, todo el mundo me dijo que ese era el camino para ir a Atocha, sin remarcar ninguno de mis interrogantes o temores, así que al día siguiente me puse en ruta de nuevo hacia tierras inciertas.
Los primeros 15 kilómetros fueron llanos, tras ese espejismo la ruta empezó a ponerse cuesta arriba, lo que parecía un repecho, a la salida de cada curva continuaba subiendo y mi nivel de sufrimiento empezaba a ser importante, iba dosificando con un desarrollo «cómodo» llegado al punto en el que tenia perspectiva del horizonte y veía como el camino continuaba subiendo empecé a darme cuenta que no era una simple subida, ninguna de las personas a las que había preguntado había dado importancia a ese detalle o quizás ni siquiera nunca habían pasado por ahí, ese día aprendí a nunca dar por cierto al 100% la información que te dan cuando preguntas a la comunidad local.
La subida se alargó durante 15 kilómetros y sentía como si hubiera consumido el 65% de la energía de que disponía. Tras la gran subida no llegó una gran bajada, sino más bien una zona de llaneo para tras 4 kilómetros enfrentarme a otra subida de 2 kilómetros que tras superar, descender y llanear otra vez, ante una nueva subida en zig zag, exhausto paré y comí de las provisiones de dulce de leche pan y queso que llevaba, tras ese chute de energía al enfrentarme a la tercera ascensión noté que mis piernas no iban, tenía la sensación como si estuviese al borde de lo que en ciclismo se conoce como Pájara, pero acababa de comer, por lo que no era posible, entonces empecé a pensar si podía ser la altura, pero no tenia ninguno de los síntomas que presuponía debía sentir, pues la cabeza y la percepción los tenia serenos. el dolor en las piernas y brazos era intenso, me bajé de la bici, y completé la subida andando, me costaba mantener la bicicleta derecha, no había ningún tipo de panel informativo por lo que no tenia ni idea de a que altura estaba, suponía que a 4000 y pico, tras la subida hice unos kilómetros más, cada repecho era una tortura, me quedaban 30 kilómetros para llegar pero en esas condiciones no me veía capaz, en toda la mañana a penas habían pasado 3 coches, por lo que no tenía muchas opciones de hacer auto stop, aunque recordaba que hacía las 14 pasaba un bus de Tupiza a Atocha, esa era mi tranquilidad mental. Fui avanzando a duras penas hasta que hacia las 14 horas me alcanzó el bus que me llevaría hasta Atocha. No fui capaz de completar la etapa por mis propios medios. A toro pasado, tras indagar, conocí la historia del Gran Chorolque, una montaña de 5500 metros de altura y dónde se encuentra una de las minas más altas del mundo y también de las más peligrosas, lo avalan el alto numero de viudas de la zona. la carretera discurre por la falda de la montaña y calculo que discurre a unos 4500 metros de altura. altitud al partir de la cual más adelante descubriría, mi cuerpo empieza a manifestar problemas…
Ya en Atocha busqué un lugar dónde alojarme, no había hospedajes oficiales, como en muchos pueblitos bolivianos, así que preguntando acabé en una casa dónde alquilaban camas. Atocha es un pueblecito del altiplano boliviano aislado del mundo exterior, sus gentes son curiosas y no fue difícil entablar conversación.
La gente estaba algo más esperanzada de lo habitual debido a la reciente llegada de Evo Morales al poder. Los condiciones de vida en Atocha son muy duras, era el lugar más pobre y desolado al que llegaba desde el inicio del viaje y me resultaba indignante ver como un lugar riquísimo en minerales, pues está plagado de minas de plata, zinc, cobre y estaño que explotan desde la llegada de los españoles, resulta indignante ver como la gente local vive en la más absoluta miseria, son la mano de obra barata que explota y muere en las entrañas de las minas, mientras empresas norte americanas y europeas se quedan con la riqueza que poseen sus tierras. También hay una fundición por el que pasa gran parte del mineral que se extrae en la zona. A ese expolio en américa del sur, ante la llegada de gobiernos pro campesinos e indígenas que defienden lo que es suyo y no aceptan esas reglas del juego que los condenan a la miseria y la explotación, los dirigentes occidentales los llaman populistas. Hemos de darnos cuenta que la riqueza de occidente está basada en el expolio y pobreza de lugares como Atocha, en otras palabras vivimos en un sistema que basa el crecimiento y desarrollo occidental en la pobreza de medio mundo. La realidad Boliviana clama al cielo y yo me daba vergüenza de ser un «gringo» europeo.
En un mundo en el que la pobreza de muchos es una forma de riqueza y progreso de unos pocos el hambre y la miseria nunca desaparecerán.
Me gustó mucho leer esta experiencia. Saludos desde Mendoza, Argentina.
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